La avispa de Japón

El avispón asiático del Japón (Vespa Mandarinia) es el avispón más grande del mundo, pudiendo llegar a una longitud de más de 5 centímetros (una 5 veces más grande que una avispa común). Su veneno es muy potente y su picadura muy dolorosa, y ha llegado a causar la muerte de muchas personas, por lo que también se la conoce como la avispa asesina.

Este avispón es un depredador letal y su presa natural es su pariente más pequeño, el avispón amarillo. En su ataque, los avispones asesinos seccionan por la mitad a sus presas para acceder a sus nidos y comerse sus larvas.

La globalización, sin embargo, les ha proporcionado una nueva presa, que es la abeja de la miel europea. Esta fue importada al Japón porque da más miel que la abeja autóctona. 

En este caso la diferencia de tamaño entre ambos insectos es tan grande, que 30 avispas del Japón, son capaces de acabar en unas horas con una colonia de 30.000 abejas melíferas europeas. El ataque es terrorífico, ya que, con sus potentes mandíbulas van cortando por la mitad, una a una, a todas las abejas. Esto hace posible llegar a un botín de miel, crisálidas y larvas que les permitirá alimentarse durante semanas.

¿Y cómo sobrevive la abeja autóctona del Japón ante este enemigo tan temible?

Nos debe haber sorprendido que la avispa asesina ataque a la abeja de la miel europea y no la abeja de la miel naturales del Japón. Esto se debe a que la naturaleza es sabia y siempre nos depara sorpresas increíbles, como en este caso, en que la abeja japonesa ha desarrollado un mecanismo de defensa espectacular contra el avispón.

La avispa gigante, para localizar a sus presas, envía un explorador en busca de los panales de las abejas. Una vez hallado el panal, el explorador genera unas feromonas para marcar el objetivo y vuelve a su colonia en busca de sus compañeras. Gracias a las feromonas depositadas en la colmena de las abejas, el enjambre de avispas asiáticas llega sin problemas a su destino con intención de perpetuar el ataque. 

Este sistema funciona perfectamente cuando atacan los panales de la abeja europea, sin embargo, el avispón explorador se encuentra con una sorpresa cuando localiza un panal de abeja autóctona japonesa.

Las abejas japonesas detectan la feromona del avispón explorador cuando éste se acerca, y contrariamente a lo esperado, reaccionan creando una entrada bien visible e invitándole a entrar en la colmena.

El avispón cae en la trampa, y entra y se pasea tranquilamente por el interior de la colmena marcándola con sus feromonas. Mientras tanto, las abejas empiezan a trazar la estrategia a seguir, y se comunican unas con otras balanceando sus abdómenes.

De pronto, y sin que el explorador se lo espere, una turba de cientos de abejas salta al mismo tiempo sobre el avispón, creando una gran bola a su alrededor.

Las abejas no intentan picar al avispón, sino que empiezan a hacer vibrar sus cuerpos a gran velocidad aumentando la temperatura colectiva hasta los 46-47 ºC. Este mecanismo es el mismo que utilizan para calentar el panal en invierno, pero en este caso lo utilizan con un objetivo totalmente distinto.

Las abejas autóctonas japonesas soportan temperaturas de hasta 48-50 ºC, mientras que el avispón no puede sobrevivir cuando la temperatura supera los 45-46 ºC. Las abejas tienen grabada en su instinto esta información y mantienen su vibración hasta alcanzar exactamente esta temperatura pero sin llegar a los 48 ºC que las mataría, de manera que finalmente la avispa intrusa muere por asfixia.

Es cierto que durante el ataque, algunas abejas melíferas mueren junto con el avispón, pero se trata de daños colaterales necesarios, ya que al matar al explorador le impiden sobrevivir para ir en busca refuerzos que acabarían con toda la colonia.

Esta increíble estrategia nos demuestra lo que puede llegar a conseguir la evolución en su objetivo de perpetuar las especies.

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